domingo, 30 de diciembre de 2012

Vita.

Como la última hoja del árbol que el frío otoño nunca arrancó, como un puñado de letras amargas de una canción que nunca triunfó, como la esperanza e ilusión de un niño que nunca tuvo infancia.

Recordé que la vida no tiene compasión, que poco a poco todo acaba por envejecer, que no nos queda nada, nada excepto nuestra debilidad, que el mundo es cada vez más pequeño, que ya no existen valores, que ya el humano nace sin conciencia, que no hay nada que no sea evitable y que el destino es solo una forma barata de fingir que todo esto tiene un porqué.
Un montón de mentiras, la cara de la moneda que ni tú ni yo vemos, que no encontramos y que nunca vamos a encontrar, porque tenemos miedo, miedo al fracaso, al dolor, miedo a triunfar.

Se me escapa una sonrisa de medio lado al pensar que a pesar de todo eso aún me ilusiona la carcajada de un niño, la luz de cada mañana, el sol dándome en la cara, un abrazo sincero, el sonido del mar, las tormentas de verano, la música de fondo, la brisa de levante y el poder sentirlo.

Ojalá fuera eterno, ojalá no acabase nunca, ojalá no me tenga que despedir jamás de ninguna de estas pequeñas cosas, ojalá nunca olvide mis recuerdos, ojalá no desaparezcan, porque eso significará que yo me he ido con ellos, con cada uno de los momentos que hoy forman parte de mi piel, de todos y cada uno de los poros de mi cuerpo, de mi memoria, de mí.


Dann

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